martes, 1 de julio de 2008

" Cine y Humo"


Este es un breve relato de mi experiencia como espectador en el festival de cine independiente de Buenos Aires.
Para empezar, debo decir que no me fue nada fácil elegir la película, por el hecho de que era gigantesca la oferta y por otro lado no conocía a ningún director.
-¡Ya está, en un rato estoy por tu casa!
Eso fue lo último que le dije a Florencia, antes de pasarla a buscar. Era la primera vez que la invitaba al cine y eso le generaba un atractivo extra a la salida.
Eran las cuatro de la tarde cuando nos subimos al 60 de Fleming desde Martínez con destino a la estación de Subte de Cabildo y Congreso.
La visión era mínima y el fuerte olor a quema, provocaba un estado de malhumor generalizado dentro y fuera del colectivo. Todo se debía a un intenso humo, que parecía ir devorándose poco a poco la ciudad.
Apretados, llegamos a nuestra primera parada.
Al descender por la escalera de la estación, nos encontramos con que el servicio del subte estaba interrumpido por el humo. La idea, era que viajáramos hasta 9 de Julio y hacer combinación con la línea B, para ir hasta el “Abasto”.
Como buen residente de provincia, que no conoce nada de la capital, llevaba a mano la Guía T, así que buscando, se me ocurrió ir al cine Atlas de Santa Fe, donde también se proyectaba el festival.
Un instante después, nos encontrábamos avanzando por el denso aire de ciudad, arriba del 130, que estaba abarrotado de gente; inusual para un día sábado.
La poca visibilidad, sumado a la discusión de que hacíamos yendo al cine un día como ese, hizo que nos olvidáramos del viaje. Fue entonces cuando:
¡Nos pasamos!- Dijo Flor sorprendida.
Ya fuera del colectivo, caminamos un par de cuadras por la avenida Santa Fé, hasta llegar a la entrada del cine. Nos encontramos con que no había mucha gente haciendo la cola. Lo que me tranquilizó por que tenía temor de no conseguir entradas. Otra cosa que me tranquilizó fue el precio de la entrada, gracias a dios llevaba la libreta universitaria en la mochila.
Así fue, que saqué dos entradas para la próxima función, que era a las cinco y cuarto, por lo que teníamos quince minutos de espera. Mientras aguardábamos, noté que en la fila había un público bastante heterogéneo. Gente de todas las edades, hombres y mujeres; algunos parecían salidos de extrañas revistas de moda, todo tipo de cinéfilos.
La sala, diría que era bastante antigua, se parecía a los cines de antes. Además no se encontraba completa, quedaban butacas sin ocupar, pero había una buena concurrencia de público.
La película que íbamos a ver se llamaba “Prey” del director Koji Wakamatsu. Se apagó la luz y la sala permaneció en penumbras, le di un beso a Flor y me dispuse a ver la película.
La primera escena, arrancaba con un hombre, de rasgos orientales, saliendo de un aeropuerto. Este personaje, vestido con un overol y una bandera rastafari bordada al brazo; enciende un porro apenas sube a un micro. Mi primera impresión, fue: ¿que estoy viendo? Por lo visto no era el único que pensaba lo mismo, pude comprobarlo al mirar la expresión que ponía mi acompañante.
El film parecía estar ambientado en los 80’. A medida que iba avanzando la trama la frase “que flashero”, iba ganando mi mente. Tras escenas de sexo explicito, gente inyectándose heroína, violencia y trata de blancas. Comencé a darme cuenta que no era casual; lo que estaba viendo, era ni mas ni menos sociedad japonesa. Una radiografía, que reflejaba fríamente lo oculto de la cultura nipona. A simple vista parecía muy ordenada y civilizada; pero en realidad es violenta, machista y desigual.
El humor del absurdo era constante y en algún punto a lo mejor, grotesco. Pero los “gaks” y chistes ayudaban a rebajar un poco lo fuerte de algunas escenas.
Al finalizar la proyección, salimos un poco abrumados a la calle; ya era de noche. Comprobamos que la visión era aún más escasa que cuando habíamos ingresado. Así que aproveche y la invite a tomar un café, me tranquilizo saber que la película le había resultado interesante. Aunque muy rara, punto en el que coincidíamos los dos.
Con los ojos cada vez mas irritados, el regreso a casa se hizo lento y pero para nada aburrido.
Para finalizar, no voy a negar que la ecuación de humo, cine y buena compañía; dio como resultado una experiencia de película.

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