miércoles, 4 de junio de 2008

Hoja de Ruta: Destino Traslasierra.


Este es un breve relato de mis vacaciones en un mágico pueblo ubicado en Traslasierra, Córdoba.

La Población, como su nombre lo indica, es el nombre del pueblito de poco más de doscientas personas al cual nos dirigiríamos.
La hoja de ruta tiene comienzo, un día cinco de enero, en la casa de “El Chorro”, conocido en sociedad como Martín Ladrón.

6 a.m. Los aventureros, listos para la travesía, se preguntan por la tardanza de Agustín; factor fundamental del viaje. Quien, además de poseer el medio de transporte para el viaje, es el líder, guía turístico y por así decir, el hermano mayor del grupo.
Tras un retraso de una hora, nuestro Líder llegó con su automóvil al punto de encuentro. No había tiempo que perder, así fue que en pocos minutos ya estaba todo listo para emprender viaje.

8 a.m. Agustín, Chacho, El Chorro, y quien escribe Nico ya nos encontrábamos recorriendo los primeros kilómetros de nuestro viaje.
Mientras rozamiento de las ruedas contra el asfalto ambientaba nuestro viaje, una atmósfera, mezcla de ansiedad y sueño reinaba en el interior del coche.
Como copiloto mi función era: pagar los peajes, estar atento a los carteles, la hoja de ruta a seguir y… cebar mates.
Di comienzo al ritual matutino, entre cebada y cebada; pude notar como si un hechizo hiciera efecto a medida que la ronda avanzaba y el ánimo cambiaba instantáneamente.
Primer Parada. Arrecifes Km. 173, decía un cartel que pasó a toda velocidad por mi ventana y se perdía de vista. Debíamos parar a cargar combustible, lo que significaba que deberíamos hacer una larga cola de autos para cargar gas.
Retrasados ya en más de media hora, retornamos a la ruta con el objetivo de parar lo menos posible. Así fue, por que paramos dos veces mas con el único fin de abastecer de energía al vehiculo y cumplir con algunas necesidades primarias.
Río cuarto. Llegando ya a la ciudad de Río IV y estando a poco más de la mitad del viaje, el Renault 11 gris, modelo 94, empezó a fallar. Con mucha suerte, logramos alcanzar la estación de servicio más próxima. Nadie podía creer lo que pasaba, el sueño de todos de llegar parecía esfumarse repentinamente. Fue ahí, que Agustín hizo uso de sus conocimientos de mecánica. Probablemente heredados de su padre, mecánico de experiencia.
En seguida, identifico el problema, algo del distribuidor, cosa que ninguno de los demás entendió.
Luego de pedirle ayuda a unos camioneros que se encontraban allí. La cuestión, parecía no mostrar ningún avance. Para peor, el pesimismo de Chacho, generaba no solo peleas en el grupo, sino una creciente desesperanza grupal.
El hecho de que de no tener las herramientas necesarias, era el quid de la cuestión. Sin mencionar que había que meter la mano cerca del motor caliente.
Necesitábamos un pequeño destornillador que permita maniobrar con facilidad en espacio muy reducido. Así fue que se me ocurrió que con el filo de de una moneda de cinco centavos; quizás podríamos ajustar unos tornillos que se habían aflojado.
Eureka! Para no decir vamos mier$%! Sí, una moneda de cinco centavos había solucionado el asunto; pero para asegurarnos, como se dice en criollo “lo atamos con alambre”; bueno, no estrictamente con alambre. Le dimos un par de vueltas con cinta aislante y quedó listo.
Horas más tarde, el paisaje ya había cambiado notablemente. Pasamos de un paisaje lleno verdes y grandes plantaciones de lo que parecía “soja” a uno donde la falta de lluvias era más que obvia. A medida que subíamos la sierra, era fácil notar como se nos tapaban los oídos.
Por fin, para cuando el sol empezaba a caer, llegamos a destino. El pueblo, parecía estar oculto en la montaña como si quisiera evitar ser visto a simple vista. Pasamos del crujido que hacía camino de ripio, a las calles de tierra totalmente irregulares del pueblo. El olor a tierra seca, el silencio de la sierra y las miradas severas de algunos habitantes, que parecía no gustarle demasiado la visita de extraños fueron las primeras imágenes que tuvimos del pueblo.
La plaza y la iglesia como calcadas de una postal eran los iconos del pequeño poblado. Más allá había un dispensario de salud, que era una pequeña salita y luego comenzaba un camino por el que se veía la entrada a gigantescas casa quintas. Continuamos por aquel sendero. Casi al final del camino divisamos la tranquera de “La escondida”, entonces supimos que la pequeña odisea había culminado. Era tiempo entonces de comer, descansar y pasar unas excelentes vacaciones.
La estadía en aquel fantástico lugar y el viaje de vuelta serán cuestión de otro relato.